Ahora que sufro de sordera –esperemos que transitoria- agudizo
la vista para suplir lo que no puedo oír.
No leo los labios, ni siquiera las palabras. Sólo con
alguna palabra clave y el contexto puedo entender la conversación en la que me
hallo. Sin embargo, la pérdida de audición me crea la necesidad de entender el
resto del acto comunicativo con los ojos, observando los labios, como si me lanzasen besos imaginarios llenos de vocales y consonantes.
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